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Navalia, el barco que surca Salamanca en busca del faro imposible
Pasacalles por la capital en un viaje de luz y fantasía, con la imaginación como brújula y la emoción como viento
Cuando el reloj dio la hora dorada y la piedra de los Dominicos ardía suavemente con los rayos de sol del atardecer, el navío de Navalia desplegaba su vela iluminada en la plaza del Concilio de Trento. No es un barco común: es una nave nacida del teatro, la luz y la música; un ser fantástico de madera, telas y sueños, que se abría paso entre los espectadores como si emergiera de un puerto encantado.
Al compás de melodías hechizantes, su tripulación -mitad actores, mitad alquimistas de lo onírico- invocó el inicio de una travesía única. Con gestos ceremoniales, con acrobacias sobre la cubierta y miradas que traspasaban lo real, invitaban a dejar atrás la ciudad de siempre para habitar un relato flotante.
Navegando por San Pablo, el navío arrastró tras de sí una marea de miradas. Cada paso de los marineros mágicos era un conjuro, cada movimiento una historia muda. Un vigía alzó su catalejo como si pudiera ver más allá del tiempo.
Se trataba de dejarse llevar por el sortilegio incluso desde los balcones se convirtieron en miradores de leyenda. El eco de una voz susurraba una canción antigua que hablaba de un faro oculto más allá de lo visible.
Y allí iba el barco, incansable, surcando el corazón de Salamanca como si cada esquina pudiera ser el fin del viaje o el inicio de otro más profundo. Por momentos, la nave pareció alzarse sobre la piedra, volando sin volar, navegando sin agua. Finalmente, al llegar a la Plaza de Anaya, bajo la mirada eterna de la catedral, el navío se detuvo. La búsqueda no había terminado, pero el faro ya brillaba en cada mirada encendida del público.
Porque Navalia, obra de la compañía salmantina CulturARTS no es solo un pasacalles. Es una ceremonia de imaginación, un acto de libertad creativa que convierte la calle en escenario, al espectador en tripulante, y la noche en un océano sin límites y que volverá a surcar el imaginario mar de Salamanca el jueves. Mientras, como todo viaje auténtico, este no termina al llegar sino que permanece navegando en la memoria.
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