El ladrillo viejo de La Glorieta brillaba como si recordara. No el sol, sino el tiempo. El tiempo de las grandes tardes, de las verónicas lentas como oración, de los nombres que se graban no en mármol, sino en la memoria profunda de un pueblo. Santiago Martín, 'El Viti', regresaba a La Glorieta, no como torero esta vez, sino como símbolo. Y Salamanca entera, de una forma u otra, regresaba con él.

La ceremonia no tuvo necesidad de grandes alardes. Bastaba con mirar a los ojos al maestro. En el patio de cuadrillas, donde tantas veces se recogió antes de salir a jugarse la vida, se descubrió una placa. Un gesto sencillo, pero inmenso. Como su toreo. Allí estaban los que lo vieron forjarse, los que compartieron cartel, los que aprendieron de su manera de estar y los que, sin haberlo visto nunca en el ruedo, saben que su nombre es raíz de todo lo que han soñado.

Salamanca, que tanto le debe, le devolvió un aplauso eterno, largo, como el eco de una faena perfecta que no quiere acabarse. Aquel aplauso no celebraba un pasado, sino que abrazaba un presente donde el temple aún late, donde su forma de entender el toreo sigue viva en cada pupilo que se ciñe el traje de luces en la Escuela de Tauromaquia. Porque 'El Viti' no se ha ido. Está en la forma de cargar la suerte, en el respeto al toro, en el silencio entre pase y pase.

Santiago Martín 'El Viti' ha firmado autógrafos sin parar y ha agradecido este caluroso homenaje: "he sido niño en mi tierra y nuestra tierra me puso el nombre, pero era muy nacido en esta gran tierra de muchas cosas mucho mejor que yo. Siempre han sido unos auténticos humanistas para todos como éramos niños. Sigo siendo un niñazo que no acabo de saber lo que auténticamente he copiado de todos vosotros, gracias, amigos".

El presidente de la Diputación, Javier Iglesias, recordó que la Escuela de Tauromaquia cumple cuarenta años, "un número redondo y hoy hemos querido tener lo que sentimos todos los salmantinos sentimos. El Viti no es un maestro más es el maestro de maestros. Gran embajador de Salamanca en todo el mundo, es conocido como Su Majestad y con esto está todo dicho". 

"En nombre de todos los salmantinos queremos decirte gracias, gracias por el cariño a todos los salmantinos, especialmente a los mmás jóvenes. Él fue testigo de honor hace 40 años y hoy queremos agradecerte el apoyo que siempre has dado a la Escuela Taurina, la mejor de España y del mundo". 

"Gracias a tu aliento muchos jóvenes, muchos matadores han visto la luz y te lo queremos agradecer, hoy es un acto de gratitud, de reconocimiento y de no olvidar a nuestra gran figura de Salamanca, estamos muy orgullosos y hay que defender la tauromaquia, seña de identidad de España y de Salamanca, gracias por tantos años de satisfacción".

Tras el tributo, el toreo volvió a tomar el centro. Se abrieron los chiqueros y los alumnos aventajados del maestro salieron a dar su propia lección. No había examen ni trofeo. Solo verdad. Javier Castaño, Miguel Ángel Sánchez, Juan del Álamo, Alejandro Marcos, Manuel Diosleguarde y Antonio Grande se enfrentaron a la bravura con respeto y ambición. Ninguno olvidó que no toreaban por sí mismos, sino por una historia que los precede.

En los tendidos, los rostros eran mezcla de orgullo y nostalgia. Porque Salamanca no solo celebraba el aniversario de su Escuela, celebraba también un legado, una manera de hacer las cosas bien. Con dignidad, con hondura, con ese punto casi místico que tiene el arte cuando roza lo eterno.

Y al final, en el rumor de los pasos que abandonaban la plaza, quedaba una certeza: El Viti no necesita mármoles ni placas para vivir en esta ciudad. Vive en cada muleta que se abre, en cada toro que embiste, en cada niño que sueña con una tarde en La Glorieta.