Imágenes y detalles en el Reina Sofía: Cuando el silencio fue más duro que los silbidos

El Reina Sofía rugió, sufrió, se impacientó y acabó enmudeciendo ante un Unionistas que no estuvo a la altura del alma de sus 4.200 fieles

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Fotos: Arai Santana
El autor esTeresa Sánchez
Teresa Sánchez
Lectura estimada: 2 min.
Última actualización: 

Hubo un momento, allá por el minuto 10, en que el Reina Sofía aún creía. Las más de 4.200 almas que tiñeron las gradas de blanco y negro empujaban con la fe intacta, con ese aliento que tantas veces ha sido gasolina en partidos donde la épica tuvo que suplir las carencias. La afición acudió con una misión: ser el jugador número doce. Y durante los primeros compases, cuando el equipo amagaba con encontrar chispa, esa comunión parecía posible.

Pero el fútbol, como la grada, tiene sus propios estados de ánimo. Y lo que empezó con expectación se tornó en nerviosismo, luego en desasosiego, y finalmente en una mezcla peligrosa de rabia contenida y resignación.

El primer golpe fue la lesión de Rastrojo. El silencio en la grada fue inmediato, como quien sabe que algo importante se ha roto. Y no solo era él: más adelante, Iñaki González tuvo que abandonar el campo en camilla, con las manos en la cara. Dos sacudidas que helaron el ambiente y que, más allá del empate, dejan un poso de preocupación de cara a los tres partidos que restan: ambos son piezas fundamentales en la estructura de Acciari. Y veremos si la lista de bajas se detiene ahí porque Jonny también se fue tocado y hay futbolistas al borde de la suspensión.

Cada pase fallado, cada balón perdido, se vivió en la grada como una punzada. Los murmullos fueron creciendo, después llegaron los silbidos. No por impaciencia, sino por frustración. Porque la gente sentía que el equipo no estaba respondiendo a la altura de lo que estaba en juego. Que mientras ellos apretaban desde la grada, abajo el alma no aparecía.

Y sin embargo, nadie se movió. Nadie se fue. Hasta el último segundo, incluso en los ocho minutos de añadido donde el caos fue rey, el Reina Sofía se quedó, esperando el milagro, sosteniendo la esperanza aunque fuera con las uñas. Pero no llegó.

Y al final, el silencio se hizo dueño del estadio. Un silencio espeso, dolido. Porque a veces no hace falta gritar para decirlo todo. A veces el silencio duele más que una bronca. Y esta vez, en el Reina Sofía, pesó como una sentencia.

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