En el baloncesto, como en la vida, nada se consigue sin esfuerzo. Y si había un día perfecto para recordarlo, ese era este 1 de mayo. Mientras en toda España se conmemoraba el Día del Trabajador, en Würzburg se vivía su propia celebración del esfuerzo: un duelo mayúsculo entre Perfumerías Avenida y Valencia Basket que exigía más sudor que talento, más coraje que inspiración. Aquí no valía con la historia ni con el nombre. Aquí había que currárselo.

El acceso a la final de la Liga Femenina Endesa -y con él medio billete a la Euroliga- no se entrega como un regalo. Se gana con sacrificio, con entrega, con ese tipo de compromiso que solo entienden los equipos grandes en las citas grandes. Avenida y Valencia, eternos rivales recientes, saben bien lo que es dejarse la piel en este tipo de cruces. Y lo volvieron a hacer, en una semifinal que fue todo menos eso: una final anticipada, una batalla de alto voltaje, una demostración de que el baloncesto también es un trabajo. Uno muy exigente, muy físico, muy emocional.

Con un Würzburg encendido y entregado, el equipo de Anna Montañana buscaba no solo una victoria, sino también reencontrarse con esa identidad combativa que lo ha llevado a ser referencia durante dos décadas. Enfrente, un Valencia dispuesto a recordar que su corona, ganada en las últimas campañas, no fue casualidad.

Como se preveía la primera parte de un largo partido para fajarse. Para mancharse las manos. Para sudar cada punto como si fuera el último pero además se hizo con talento y grandes acciones. Porque aquí, como en todo lo que merece la pena, no hay ascensores. Solo escaleras. Y las escaleras, se suben peldaño a peldaño. Con trabajo.

Acceder a la final de la Liga Femenina Endesa no es un derecho, es una conquista. Y como toda conquista, se gana con sacrificio. Lo saben bien en Salamanca, donde cada grada rugía como si entendiera que este partido era algo más. Avenida y Valencia, protagonistas de una de las rivalidades más exigentes del baloncesto español reciente, fluían por el parqué con el mono de trabajo puesto. Porque este no era un partido más: era una final antes de la final. Una lección de lo que significa competir.

Y desde el salto inicial se notó que Perfumerías Avenida no estaba ahí para verlas venir. El equipo de Anna Montañana salió con la firmeza de quien sabe lo que se juega y cómo debe hacerlo: intensidad en defensa, verticalidad en ataque, y un parcial de 13-4 que despertó al pabellón como un latido común. El tiempo muerto de Burgos no frenó el ímpetu, pero sí equilibró el pulso. Valencia respondió, Fiebich igualó desde el triple, y el partido entró en un cuerpo a cuerpo tan físico como emocional. Desgaste y tratar de explorar de la mejor forma posible lo mejor de los recursos disponibles y quizás por eso ni Montañana ni Burgos se guardaban los ases de Fasoula y Romero, que ya pisaron pista desde el primer cuarto. 

Si algo caracteriza al baloncesto de Avenida cuando las piezas encajan es su capacidad de adaptación. Las locales, más penalizadas por las faltas que su rival, mantenían el ritmo desde el corazón de Kone, el acierto de Cartera y la dirección de Iyana Martín o Domínguez, mientras Valencia vivía de la inspiración -casi desbordante- de Raquel Carrera.

Ella sola sostenía al conjunto taronja en momentos de máxima tensión con casi la mitad de los puntos de su equipo anotados en el primer tiempo, pero Avenida no se rendía. A base de ladrillos, de esfuerzo y acierto, las salmantinas se mantenían por delante al descanso (39-35) hasta que una canasta sobre la bocina de Flórez volteaba el marcador justo antes del entreacto (41-43).

El tercer cuarto fue pura intensidad. Avenida volvió mejor del vestuario con un triple de Carter que sirvió como chispa para reactivar la maquinaria azulona. Koné, Gil, y luego una racha desde el 6,75 con Carter, Koné y Vilaró sacaron el alma del equipo para devolverle nueve puntos de ventaja al Würzburg. En ese tramo, el equipo salmantino fue un torbellino, un canto al juego colectivo, una fiesta en cada rincón de la pista. Würzburg probablemente disfrutó como no lo había hecho durante la temporada. 

Pero Valencia es un campeón reciente por una razón. Con Carrera de nuevo como estandarte, las visitantes ajustaron el marcador y forzaron un final que fue una moneda en el aire. Avenida, exhausto pero valiente, no dejó de luchar, ni siquiera cuando los tiros libres fallados o una falta polémica a Silvia Domínguez enturbiaron lo que pudo haber sido un cierre perfecto. Porque este partido no era solo para ganarlo fácilmente. Era para ganarse el respeto. Y eso, Avenida lo hizo de sobra.

El 76-76 final no refleja ni el esfuerzo, ni la emoción, ni el espíritu que se vivió en Würzburg. Pero deja clara una cosa: el trabajo no se negocia. Y cuando no hay ascensores, las escaleras se suben paso a paso. El primero ya está dado. Queda otro peldaño. Y Avenida si se lo cree está preparado para subirlo.