Galería de imágenes: Del mosaico de los tendidos de La Glorieta al silencio bajo el diluvio

La afición se entregó al caballo, al rito y a la emoción? hasta que la tormenta obligó a decir basta

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Fotos: Aragüelle
El autor esTeresa Sánchez
Teresa Sánchez
Lectura estimada: 2 min.
Última actualización: 

En la penúltima de feria, cuando la plaza abre sus puertas para la corrida de rejones, La Glorieta se reviste de un aire distinto. El bullicio no nace solo del ruedo, sino también de los tendidos, convertidos en un mosaico de colores y gestos. Caras diferentes a las de otras tardes, cuadrillas de amigos, y de vuelta los sombreros y abanicos ocupando su lugar, como si cada asiento guardara la memoria de festejos pasados.

Lo que se anunciaba en esos prolegómenos, sin embargo, no fue exactamente lo que ocurrió. El calor inicial fue apenas un preludio de lo que vendría: una tormenta que aguó la tarde hasta acabar en suspensión tras el cuarto, con el albero transformado en un lodazal.

El ambiente del rejoneo tiene su propio compás. No es la tensión contenida del toro a pie, sino una expectación distinta, que se alimenta de la belleza del caballo, de la curiosidad del espectador neófito y de la nostalgia del aficionado veterano. Se escuchan comentarios sobre la doma, comparaciones con caballos de antaño, murmullos que se interrumpen con aplausos generosos cuando un galope ajustado o un quiebro valiente despiertan la emoción.

La plaza entera respira entonces al unísono, mitad taurina, mitad ecuestre. Más allá de la lidia, el rejoneo en Salamanca es un rito: un reencuentro con tradiciones, con la pasión por el caballo, con el simple placer de estar en la plaza. En los tendidos no abundan las caras habituales; es otro tipo de afición, que esta vez se quedó con la miel en los labios tras el aperitivo de Rui Fernandes, el plato consistente de Sergio Galán y la actuación de dulce de Diego Ventura, que había logrado encender la tarde… hasta que apareció el agua. Esta vez, nada bendita.

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