Ventura corta las únicas orejas en una tarde rendida a la lluvia

Rui Fernandes se la jugó bajo el diluvio y Galán dejó pasajes templados antes de la suspensión

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El autor esTeresa Sánchez
Teresa Sánchez
Lectura estimada: 2 min.
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El rejoneo tenía ante sí una tarde destinada al recuerdo: toros que respondían, caballos encendidos y un público por momentos entregado. Pero a mitad del camino, cuando la plaza latía con la emoción de la gran faena de Diego Ventura, el cielo se rompió en un diluvio que lo cambió todo. Bajo la cortina de agua aún quedaron gestos de coraje -como el de Rui Fernandes, que se jugó mucho en un ruedo ya encharcado-, pero fue la lluvia la que acabó dictando sentencia.

El arranque estuvo en manos del propio Rui Fernandes, que abrió plaza con un toro con movilidad de Ángel Sánchez y Sánchez. El portugués se lució sobre Dorado, dejando banderillas al quiebro y arriesgadas piruetas. Sin embargo, falló con el rejón final y perdió un trofeo que ya se le insinuaba. Pese a ello, saludó una ovación.

Al segundo turno salió Sergio Galán, que firmó una labor vistosa. Con Capote logró varios quiebros de bella ejecución y banderillas templadas, metiéndose al público en el bolsillo. Hubo petición mayoritaria pero sin respuesta desde la presidencia y el premio quedó en una ovación con saludo.

La tarde alcanzó su punto álgido en el tercero. Diego Ventura desplegó su toreo con un ejemplar que fue ganando en condición. La conexión con los tendidos fue total, especialmente cuando apareció Bronce, con el que clavó banderillas al quiebro sin la ayuda de la cabezada acabando por rendir a un público al que ya tenía en sus manos. Aunque el rejón de muerte llegó al segundo intento, la petición fue unánime y el presidente concedió las dos orejas.

Y llegó el diluvio y con ello Rui Fernandes cas solo frente al toro mientras cada uno se refugiaba donde podía. Él lo intentó en un ruedo encharcado y los que quedaban en los tendidos se lo reconoció con una cariñosa ovación. Tras ello, y pese al esfuerzo de los areneros, el estado del albero se valoró como demasiado peligroso para continuar la lidia a caballo. La suspensión fue inevitable. 

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