Una nueva mirada al cultivo urbano que gana espacio y significado en la ciudad

El regreso silencioso a la tierra se abre paso entre terrazas, patios y gestos cotidianos cargados de simbolismo

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Una nueva mirada al cultivo urbano que gana espacio y significado en la ciudad
El autor esV.T.P.C
V.T.P.C
Lectura estimada: 2 min.
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En un tiempo en que la prisa y el cemento dominan las ciudades, son cada vez más las personas que miran hacia la tierra como un espacio de reconexión, equilibrio y sostenibilidad. Desde terrazas convertidas en pequeños vergeles hasta patios comunitarios que se transforman en huertos compartidos, el cultivo urbano ha dejado de ser una moda para convertirse en un gesto cargado de sentido.

Lo que comenzó como una forma alternativa de acceso a productos frescos ha ido evolucionando hasta convertirse en una práctica cultural. Cultivar en la ciudad ya no es solo una cuestión de alimentación, sino también de identidad y pertenencia. Espacios que antes estaban vacíos o sin uso cobran ahora una nueva vida al servicio de la comunidad, la educación ambiental y el respeto por el entorno.

El interés por el cultivo responsable ha impulsado también la diversificación de especies vegetales que se plantan, muchas de ellas con propiedades específicas o de valor simbólico. Esta tendencia ha coincidido con un creciente esfuerzo por parte de determinados comercios en promover una actividad legal, segura y bien informada. Es en este contexto donde se han consolidado opciones como los growshops que venden semillas de forma legal como GB, que ofrecen una alternativa regulada y transparente para quienes desean adentrarse en el cultivo de variedades autorizadas.

La fascinación por lo vegetal no es nueva, pero sí lo es su papel transformador en la vida urbana contemporánea. En muchos barrios, pequeños jardines se han convertido en espacios de encuentro intergeneracional, donde se transmite el valor del cuidado y la espera, donde cada brote es testigo silencioso de una vida más consciente.

Sembrar, en este contexto, es mucho más que un acto agrícola: es un gesto que conecta pasado, presente y futuro. Una forma de recuperar la calma en medio del ruido y de recordar que todo lo que merece la pena crecer, necesita tiempo, atención… y luz.

 

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