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Y el cielo se abrió para el Encuentro
Salamanca celebra la Resurrección con una tregua de lluvia y un reencuentro eterno entre la Madre y el Hijo en el corazón de la ciudad
En la mañana luminosa del Domingo de Resurrección, la ciudad se ha vestido de esperanza y júbilo. El aire fresco de abril, cargado de nubes indecisas, ha terminado por ceder ante la fe: la lluvia ha dado una tregua a la Vera Cruz, como si el cielo mismo comprendiera la magnitud del momento. Los ecos de tambores y melodías han despertado a Salamanca con el anuncio de una antigua promesa: Cristo ha resucitado.
Desde la iglesia de la Vera Cruz, ha partido la comitiva que acompaña a Nuestra Señora de la Alegría, cruzando calles de piedra donde resuena el paso solemne de los fieles. Su recorrido, bordado con nombres de historia —Úrsulas, Bordadores, Monterrey, Prior, Prado, Corrillo...— ha sido un cántico silencioso, un rosario de esperanza compartida.
Acompañada por los acordes de la AM La Esperanza, la BM Felipe Espino, la A.M. María Santísima de la Estrella, Montaraces y Charros, y el retumbar profundo de los tambores del Vía Crucis, la Virgen ha avanzado, envuelta en la emoción de los presentes.
Poco después, desde el mismo templo, ha salido el cortejo de Jesús Resucitado, triunfante y glorioso, obra de Alejandro Carnicero. Su paso ha cruzado Domínguez Berrueta, Ramón y Cajal, Agustinas, Compañía... hasta llegar al Atrio de la Catedral, donde la historia ha vuelto a repetirse. Y fue allí donde el Encuentro ha tenido lugar.

Frente a la majestuosidad de la Catedral, entre las columnas del tiempo, la Madre y el Hijo se han reencontrado. Los rostros de los fieles reflejaban asombro y devoción; algunos ojos humedecidos, otras manos alzadas en silencio. En el centro, el Cristo Resucitado, envuelto en luz, se erguía frente a una Virgen de la Alegría transformada, ya sin luto, vestida de blanco y oro, como el amanecer después de la noche más larga.
A sus pies, la escena se completaba con las imágenes del Lignum Crucis de Pedro Benítez, el Santo Sepulcro abierto y las Tres Marías de Pedro Hernández, junto al ángel anunciador del joven Víctor de los Dolores, testigos mudos de este prodigio que se repite cada año, pero que nunca pierde su misterio.
Desde allí, la procesión ha continuado, ahora unida, por Rúa Mayor, Quintana, Poeta Iglesias, hasta llegar al corazón de la ciudad, la Plaza Mayor, donde el júbilo ha estallado en aplausos, vítores y emociones compartidas. Y como un suspiro final, el regreso a la Vera Cruz ha cerrado el círculo, dejando en el aire una certeza grabada en los muros y en el alma de quienes estuvieron presentes:
El sepulcro está vacío. Cristo vive. Y en Salamanca, se ha vuelto a encontrar con su Madre. Bajo un cielo que, por unas horas, se ha rendido al milagro.

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