La cicatriz del terremoto de Lisboa en Salamanca: crónica de un día de pavor que aún resuena en la ciudad

Mañana se cumplen 270 años de un seísmo que consternó a Europa. Las cartas manuscritas del alcalde, Estevan Márquez y Delgado, revelan cómo se vivió en Salamanca

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La cicatriz del terremoto de Lisboa en Salamanca: crónica de un día de pavor que aún resuena en la ciudad
Catedral de Salamanca. (Foto: Ical)
El autor esDaniel Bajo Peña
Daniel Bajo Peña
Lectura estimada: 3 min.

Estamos a 1 de noviembre de 1755, sábado para más señas. La cristiandad conmemora el día de Todos los Santos y piensa en sus fallecidos cuando, en torno a las 10:00 de la mañana, el mundo empieza a temblar. Es el terremoto de Lisboa, un devastador seísmo que hace 270 años arrasó la capital lusa y consternó a Europa.

Las ondas del terremoto se sintieron en Salamanca, donde dejaron una cicatriz imborrable en el patrimonio. No hubo víctimas mortales, pero sí pavor en cada casa y en cada calle.

Para comprender el alcance del desastre, el rey Fernando VI envió cuestionarios a los alcaldes de todo el reino. Las 28 respuestas franqueadas desde Salamanca y su provincia, recopiladas en la monografía 'Los efectos en España del terremoto de Lisboa', escrita por José Manuel Martínez Solares y publicada por el Ministerio de Fomento, son una crónica de sucesos de aquel fatídico día.

 

Una veleta "dando vaivenes"

 

El alcalde de SalamancaEstevan Márquez y Delgado, remitió varias cartas a Madrid a lo largo de las semanas posteriores, añadiendo en cada una nuevos detalles sobre el estado de la ciudad. 

El día del terremoto los templos de la ciudad estaban "llenos de gente oyendo la misa mayor" y el temblor causó "en general susto y consternación". Aunque las casas e iglesias solo perdieron "la cal y costra" de las paredes, otros monumentos sí sufrieron daños. El alcalde vio "la veleta del colegio de Clérigos menores dar vaivenes" y señaló que "de lo más alto de la media naranja de la Iglesia del colegio de la Compañía de Jesús" (la Clerecía) "se desprendió una bola, que servía de adorno al corredor, y se llevó tras sí muchas tejas y algunas piedras de poca entidad".

El mariquelo, durante su ascensión. La tradición nació tras el seísmo de 1755. 

La peor parte se la llevó el campanario de la Catedral ("el remate de la torre principal de la Iglesia Catedral y la cruz puesta en él han quedado bastante torcidas") y los informes posteriores ahondaron en la gravedad del problema. Se detectó una "notable quiebra" en el "primoroso" crucero de la Catedral, confirmada por el arquitecto del Cabildo, Juan de Sagarmínaga y transmitida "reservadamente" a las autoridades "por no consternar al público". "Esta novedad tiene en el mayor desconsuelo a este Cabildo y Ciudad, pues ven a peligro de arruinarse un tan bello y suntuoso templo", lamentaba el regidor. 

Las cartas del alcalde manifiestan una preocupación palpable por el futuro del templo, porque además de reparar el crucero (costó 10.000 ducados), hubo que intervenir en el campanario "por haberse hecho en ella varias aberturas hasta el cuerpo de las campanas". Y nadie podía saberlo, pero en aquellos momentos se gestaba la tradición de los mariquelos, encargados durante décadas de comprobar la inclinación de la torre y, desde hace varias décadas, elemento señero del folclore salmantino. 

Salamanca salvó su catedral, pero el seísmo dejó cicatrices en forma de grietas, visibles claramente en los paseos por Ieronimus.  

 

La tierra se movió "hacia arriba"

 

Las cartas salmantinas añaden más información sobre aquel inolvidable 1 de noviembre: un ganadero "vio que repentinamente se retiró el agua del río Tormes como cuatro o cinco varas, arrojándose toda con ímpetu contra la pesquera", igual que en Babilafuente, donde también vieron crecer "considerablemente el agua de los pozos". Tres mujeres de Palaciosrubios dijeron que la tierra se movió "hacia arriba" y los peñarandinos juraron que las losas de las tumbas "parecía que se levantaban".

Los vecinos de Alba de Tormes aseguraron que el terremoto duró "como tres credos" y que "el movimiento de los edificios fue con visible alteración". El temblor "quebrantó la Iglesia y sacristía" del convento de San Gerónimo "y se ha tasado esta ruina por un Arquitecto de Salamanca en 47.000 reales".

Los testimonios en el resto de la provincia son igual de inquietantes: "las villas de Palacios del Arzobispo, Añober de tormes [= Añover de Tormes], Salbatierra [= Salvatierra de Tormes], el Barco de Ávila, Santiago de la Puebla y Santiz, convienen todas en la hora y duración del terremoto, a corta diferencia, en el temblor de los edificios y en que las losas de las Iglesias parecía que se levantaban, y en el susto y temor de sus habitantes". Ledesma, Cantalapiedra, Miranda del Castañar... también dejaron por escrito los efectos del terremoto de Lisboa en sus calles y edificios.

El alcalde de Salamanca, Estevan Márquez y Delgado siguió mandado misivas hasta el 31 de diciembre de 1755, asegurando que en algunos municipios "notaron que antes del referido terremoto se vio en el cielo una especie de cometa de color de fuego, entre negra y amarilla, y otras personas que estaban en sus ejercicios de el campo, vieron como llamas de fuego en varios montes, cuyos parajes no pudieron reconocer, y algunos otros vieron la tarde del día antes del terremoto dos soles, que igualmente relucieron". Testimonios de puño y letra de los testigos de una jornada histórica.

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