Están en el ojo del huracán y lo saben. La Escuela de Tauromaquia de Salamanca cumple 32 años siendo una de las más numerosas de España con casi 100 alumnos, con un amplio abanico de edad de los 8 a los 21 años.
La finca ledesmina de Calzadilla del Campo se llena de capotes y muletas, es el lugar de encuentro de un grupo de alumnos de la Escuela de Tauromaquia que comparten su pasión por el toro. Estamos a 45 minutos de una de las capitales universitarias más importantes de Europa, pero aquí se respira campo. Sus muros están en pie desde el año 1951, su ganadería ha pasado de generación en generación hasta llegar a las manos de Ignacio Chaves, quien hoy por hoy se levanta cada mañana para echar de comer a sus vacas aunque el frío apriete hasta los cinco grados bajo cero.
Aprender a torear de salón, cuál es la técnica del toreo de capote y de muleta, como poner un par de banderillas pero, sobre todo, enseñar los valores de la tauromaquia, estas son algunas de las metas que se marcan los profesores de esta escuela, al menos, así lo cuenta su director, José Ignacio Sánchez, "mi vida se ha desarrollado en torno a ella, ahora intentamos transmitir compromiso, lealtad, honestidad, honradez, sacrificio...". La escuela se fundó en febrero de 1985 y en diciembre fue la primera promoción de alumnos salmantinos.
Para Sánchez cada alumno "es un mundo", los dividen en tres grupos, nivel bajo, medio y avanzado. "Muchas cosas las trabajamos en grupo, otras tienen que ser individualizadas, esto es un arte y cada uno tiene que desarrollar su propia personalidad, lo que intentamos es que asuman los conceptos suficientes para que en la etapa con caballos salgan lo más preparados posibles, pero sobre todo que se formen como hombres y mujeres para la sociedad". Matriculados hay alrededor de 100 chicos, con un amplio (y polémico) abanico de edad que va desde los 8 a los 21 años.
Entre el riguroso silencio, sólo se escucha el viento que sopla en Calzadilla y las palabras más hondas de José Ignazio Sánchez: 'Cítalo', 'gústate', 'ofrece el pecho', 'que temple para vaciarse entero'. El corazón de estos jóvenes de a penas diecinueve años sueña con un futuro de luces y albero. Tienen una mirada tan verde que parece transparente, y una sonrisa de esas que achinan los ojos. Adolescentes de piernas de alambre, más largos que un día sin pan. Pero es coger el capote, marcar mandíbula y nace de dentro el 'mamá quiero ser torero'.
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