En un mundo en el que los niños aprenden a deslizar la pantalla de un móvil antes de saber atarse los cordones, hay un rincón de España donde los protagonistas no son Pikachu ni la Patrulla Canina, sino tractores, remolques, camiones de ganado y aperos en miniatura. No es una granja. Es RuralToys, la empresa que ha convertido la infancia rural en un universo propio.

Lo llamativo no es solo su catálogo -más de 4.000 referencias que parecen salidas de una vida en el campo pasada a escala infantil-, sino de dónde surge la idea: de un empresario que pasó de la banca y el marketing al sueño de que un niño pudiera jugar con el mismo tractor que su padre. O, al menos, con su versión de juguete. La historia empieza con una demanda inesperada: clientes que iban a comprar maquinaria agrícola… y preguntaban por juguetes. "Para el niño", decían. Pero los juguetes rurales eran caros, raros y difíciles de encontrar. Manuel Gómez, inquieto por naturaleza, vio en aquella petición repetida una ventana abierta en mitad del campo. Y entró.

Del concesionario a un fenómeno digital

Lo que en 2014 parecía un experimento se convirtió, pandemia mediante, en un fenómeno nacional. Mientras medio planeta horneaba pan, en RuralToys volaban los camiones de ganado y los tractores de pedales. La nostalgia, resulta, también se viraliza.

El negocio creció tanto que hoy esta pequeña empresa mirobrigense vende en toda España y parte de Europa, demostrando que un pueblecito del oeste salmantino puede convertirse en un gigante del comercio electrónico si encuentra el nicho adecuado. Un micronicho, en realidad: el juguete rural, una categoría que prácticamente no existía hasta que ellos la nombraron. Y cuando llegaron imitadores, hicieron lo que hace cualquier agricultor de raza: seguir sembrando.

La revolución silenciosa

Pero el éxito de RuralToys no se explica solo por la estética del tractor y el romanticismo de la vida en el campo. Llega también en un momento en el que muchos padres están hartos del sonido de "nivel completado" y buscan algo más básico, más físico, más real. "Que se manchen, que se caigan, que jueguen de verdad", propone Gómez. Y quizá ahí está la clave: sus juguetes no solo entretienen; conectan con una identidad. Son pequeños recordatorios de quiénes somos y de dónde venimos.

Valores que le han hecho valer el premio en la categoría de Innovación y Emprendimiento, otorgado por  Federación de Empresarios y Trabajadores Autónomos de Ciudad Rodrigo (AFECIR).

Lejos de los discursos apocalípticos sobre la España vaciada, RuralToys se mueve con una idea firme: el campo no está muerto. Lo que le faltan son servicios, oportunidades y que alguien crea que desde un pueblo también se puede montar un negocio puntero. Aunque sea un poco más caro enviar un paquete que desde una capital. Gómez lo resume así: "Lo difícil no es emprender desde un pueblo. Lo difícil es no intentarlo."

Su producto estrella es el camión de ganado, seguido de los tractores de pedales, artefactos que despiertan un tipo de felicidad que ninguna pantalla puede reproducir. Y no es casualidad: cada juguete es, en cierto modo, un homenaje al campo, a la familia, a la tierra.

RuralToys no pretende crecer sin control. Quiere hacerlo con sentido: mejor atención, mejor calidad, mejor servicio. Como quien amplía una explotación agrícola con paciencia, temporada a temporada. Quizá por eso Manuel Gómez dice que esta empresa "es como un hijo más". Porque no solo da beneficios: da identidad.